viernes, 22 de febrero de 2013

Es la felicidad que no se vende

Wayne Shorter, una de las glorias vivientes del jazz, cuenta que: “Miles Davis solía decirme: ‘Amigo, ¿no estás harto de tocar música que suena como música?’. Se trata de llegar a algo que no resulte conocido… eso busco”.


Algo parecido podría decirse de la política argentina hoy: los ciudadanos parecen estar hartos de política que suena como política. Hay poca o ninguna capacidad de sorpresa. Ergo, al electorado le resulta difícil entusiasmarse con una opción. Los más conmovidos son los que apoyan a la Presidenta: ven en ella un proyecto con elementos concretos y simbólicos de los cuales aferrarse. El fenómeno no es exclusivo de la Argentina: por ejemplo, la situación en Europa dista de ser positiva de la mano de ajustes económicos que sólo prometen un camino de mayor austeridad para recuperar el status perdido. El problema es estructural, no coyuntural.

No parece haber muchas ofertas de futuro dando vueltas. El mundo actual se juega en opciones de fuerte innovación, para no asistir a lo que Jonas Ridderstrale y Kjell Nordstrom llamaron el “capitalismo karaoke”: lo que alguien inventa se copia inmediatamente hasta el infinito anulando toda capacidad de diferenciación. ¿Dónde están en la política nuestros Steve Jobs, Bill Gates o Mark Zuckerberg? ¿Por qué estamos en esta situación? La política en la enorme mayoría de los casos es un juego de posicionamientos que se construyen incrementalmente, mediante la lógica del ensayo y error.

Cada jugador es muy celoso de cuidar las fichas que tiene en la mano. Por eso abundan los conservadores y escasean los revolucionarios (no dicho esto en términos ideológicos). Mientras los grandes relatos ordenaban el mundo (capitalismo y comunismo, con sus variantes tercermundistas) los actores podían abocarse al desarrollo de sus posicionamientos en tableros preexistentes. Luego de la caída del Muro de Berlín (sólo por citar un hito histórico conocido), se multiplicaron los proyectos políticos que nacen con una persona, y ese líder en potencia no sólo debe construir un espacio de poder, sino que además debe producir su propio relato. Ergo, los relatos se multiplicaron por doquier, y eso hace que el espacio competitivo se sature, complejizando la construcción de diferencias percibidas por la sociedad.

Estamos llenos de “nueva política”, de “proyectos alternativos”, de “opciones diferentes”, etcétera. La combinación de términos tiene un límite. Cuando las palabras se agotaron, surgió la necesidad de construir en el plano de los hechos percibidos. De ahí que hoy sea difícil avanzar en política sin una cierta investigación previa, y un equipo que piense en términos de competencia con otros que pueden decir o hacer lo mismo, o que, construida una ventaja, deban pensar en otras dado que todo relato se consume con cierta rapidez, pasando a ser una commodity. Por ejemplo: “Hay que trabajar en políticas de Estado” pasó a ser un lugar común que ya no representa nada.

La agenda política en la Argentina sigue claramente marcada por el Gobierno. En parte por la concentración de poder político y de gestión que posee el oficialismo, y también por la ausencia de actitudes más audaces por parte de los diferentes opositores. Como escuchamos en unos focus hace un mes –respecto al rol de la oposición– “no hay lugar para blandos en los tiempos que corren”. El kirchnerismo ha demostrado tener una capacidad propositiva muy amplia.

Más allá de los gustos, un solo título –“vamos por todo”– podría hacer que la lista sea inagotable. El espacio de un proyecto alternativo al de los K sigue estando vacante, y lo seguirá estando durante buena parte de este año, hasta que la sociedad vea qué hacen los actores con las oportunidades que se le presentan. Dicha opción no surgirá de la noche a la mañana, sino que será un trabajo arduo y paciente. La política es una actividad humana sujeta como cualquier otra a los cambios en la matriz cultural.

Se debe estar muy atento a los cambios conceptuales que se producen en otros campos, porque la política terminará bebiendo de ellos tarde o temprano, en mayor o en menor medida. Quien mejor comprenda la reflexión de Davis a Shorter conseguirá una importante ventaja.


"Jazz y política: la lección de Miles Davis", por Carlos Fara.



El álbum que marcó un cambio de era en el Jazz, "Kind of blue", es uno de los trabajos fundamentales de Miles Davis. Quizá, la obra por antonomasia y probablemente el mejor disco de jazz de la historia. El título Kind of Blue ("Una especie de tristeza"), evoca el encuentro que tuvo el trompetista años antes con una viejita de Arkansas que cantaba gospel y su castigada voz. Según Davis, la experiencia de aquella mujer y de la mayoría de gente negra de su país era una experiencia de Kind of blue.
Kind of blue, en la cumbre del jazz:



Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo; pasar por un camino que huele a madreselvas; beber con un amigo; charlar o bien callarse; sentir que el sentimiento de los otros es nuestro; mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha, ¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo que no pueden quitarme nada más y que aún vivo, ¿no es la felicidad que no se vende?
(Gabriel Celaya)

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